La Juventud

Los jóvenes son comúnmente tachados de “rebeldes sin causa”; se concluye constantemente que su inexperiencia les hace actuar irresponsable y equivocadamente. Sus actos, ya sean abusos, excesos o violencias, son juzgados a partir de la euforia provocada en ellos por sus hormonas. El furor exhalado en su manera de hablar, vestir o caminar es casi siempre tachado de incorrecto; la música que escuchan, la literatura que leen y las ideologías que profesan se convierten en la exageración, en la vulgaridad, en lo estrafalario.

No existe generación juvenil cuyas costumbres, en su momento, hayan sido el canon para la sociedad donde emergieron. Podemos mencionar la década de los cuarenta, cuando en el sur de los Estados Unidos, de la mano del jazz, surgieron grupos de chicos que disfrutaban del acelerado ritmo del bebop, a quienes se les llamó hipsters —en un tono despectivo—, en alusión a su gusto por los bailes rápidos, puestos entonces de moda.

Lo que se veía bien entonces era el jazz clásico; aunque no debemos olvidar que el término “jazz” significa “sexo”, pues dennota los movimientos pélvicos empleados para bailar dicho estilo desde sus orígenes en los años veinte.

Finalmente, todos los jóvenes que en su tiempo han sido hechos menos, discriminados e ignorados, crecieron, y convirtieron lo que ellos consideraban de buen gusto durante sus años mozos en el nuevo estándar del mundo dirigido, entonces sí, por ellos. Y es que, al parecer, a nadie le molesta dicha evolución a final de cuentas; como si existiera un contrato colectivo donde ambas partes, viejos y jóvenes, acordaran la cesión de unos hábitos por otros al paso de los años.

Pero algo no ha cambiado: el miedo.

La juventud siempre se ha encargado de recordarle a la sociedad que su voz puede ser mucho más fuerte que la de cualquier régimen; casi en todos los movimientos sociales de protesta se podrá ver el apoyo de los jóvenes, los estudiantes, los permanentemente inconformes. Sin embargo, esta cualidad cultural (si llamarle así se puede) es la única que no trasciende las barreras del tiempo ni de las épocas, mucho menos se diga de las generaciones; aún priva la censura cuando se expresa el descontento.

La pregunta es: ¿por qué, junto con el rompimiento paradigmático que acompaña al crecimiento de las generaciones, no terminan el miedo a la lucha ni la reprobación para quienes no temen?

Pareciera poca cosa responderla: el recuerdo de las represiones gubernamentales contra todo tipo de grupos sociales (estudiantes, obreros, campesinos…) paraliza hasta las ideologías más radicales mientras que, por su parte, las oligarquías en el poder no desean provocar cambio alguno, y así conservar sus privilegios. No obstante, los jóvenes son conscientes de la historia que precede sus reclamos. Y aún así lo hacen.

Más bien necesitamos recurrir a la sinceridad. Cuando la juventud crece y se empieza a hacer cargo del mundo, a ocupar los puestos que antes pertenecían a sus represores, igualmente cambia los gritos de lucha por la estabilidad de su nueva vida. Entonces se convierte en el nuevo censurador de aquellos quienes amenacen con alterar el orden que ha alcanzado.

De ahí la importancia de valorar a los jóvenes; porque son ellos quienes le recuerdan a las sociedades que nada bueno se ha alcanzado, que los patrones se siguen repitiendo y que en algún tiempo, como ellos, todos quisieron un mundo mejor.

Por Alejandro Mendoza

@alejandrock

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